7/26/2007

Cafeinómano


Sí, lo reconozco, he sido cafeinómano. Y digo he sido, porque la temporada en la que mi cuerpo necesitaba una sustancia como el café para poder afrontar las mañanas y muchas veces también las tardes, ha pasado. Pero soy consciente de que una época como la que acaba de pasar, no tardará en volver, y mi desesperada búsqueda de mi correspondiente dosis no tardará en llegar. Volveré a acudir como otros tantos cuales yonkis a las barranquillas, a intentar que uno de los camareros-camello de la cafetería de mi facultad me haga un mínimo caso para pedirle mi tan codiciado buchito de alquitrán con leche. Sí…y perder media lengua con quemaduras de tercer grado puesto que llevo quince minutos esperando en la barra y llego tarde a mi primera clase de la mañana sólo por el hecho de adquirir mi droga, y el alquitrán con leche que me han servido se encuentra a 58 grados de temperatura a pesar de haber pedido la leche fría. Volveré a salir de la cafetería-narcosala con el olor impregnado de la fritanga de sardinas que le espera a quienes coman de menú a mediodía (en estos momentos es cuando incluso echo de menos el repugnante olor a tabaco que se quedaba en mi ropa…lo prefiero a este olor a chiringuito playero).

Y es que he de reconocer, compañeros de Cafeinómanos Anónimos, que me he visto sucumbido por la necesidad de un café para afrontar días en los que la primera clase (en torno a las ocho y media de la mañana) resultaba un cúmulo insufrible de cansancio, sueño, déficit de atención y verborrea del profesor de turno, y tornarse ese mismo día gris en un camino con luz al final del trayecto (hacia las cuatro de la tarde…), y afrontar las siguientes clases con un empuje mayor gracias a esta sustancia negra y olorosa.

Pero amigos, he de admitirlo: esta semana he recaído. El ritmo acelerado que estoy llevando este verano, me ha hecho añorar ese regusto a “café y tirar p´alante” de la época de exámenes, y el otro día la veda se abrió durante una comida con unos amigos: con un simple “¿alguien quiere café?”, mi cuerpo reaccionó cual perro de Pavlov al sonido de un tintineo de campana y un ansioso “¡sí, sí, por favor…con leche!” salió de mi boca como si de un vaso de agua al final de un desierto se tratase.

Soy cafeinómano...

7/13/2007

Me gusta cuando calláis, porque estoy como ausente…

Tres vecinos de una media de sesenta años en un portal. Mirándose a los ojos como todas las mañanas, hablando del tiempo como todas las mañanas, saludándose con las primeras sonrisas falsas del día. El día a día de un edificio normal de una calle normal de una ciudad normal.
De repente sin previo aviso, la puerta anterior a la puerta más grande de la entrada del portal se les abre en gesto de amabilidad…Pero ellos ni se inmutan, como si un viento caprichoso la hubiese abierto por casualidad. Pero no, una presencia yacía en el portal.

Esa presencia no es nueva: es la misma presencia que parece espectral cuando da los buenos días y no recibe respuesta. El espectro pasa entre los vecinos pasivos mientras dirige la vista hacia ellos, y estos giran la mirada a otros puntos tales como el suelo, un rincón mugriento y el interruptor de la luz.


Bienvenidos a uno de los muchos días en los que observo cómo mis casi diez años de convivencia vecinal en este edificio aún sirven para hacerme parecer un espectro amable al que no se le mira ni se le dirige la palabra, a pesar de dar los buenos días cortésmente. Qué sensación la de hablar a una persona y recibir la única respuesta del chirriar del ascensor bajando a buscarte tras un silencio incómodo. Inefable sensación, entrañable situación, placentera para cualquiera que se precie a querer sentirse piedra, despojo o brisa. Es curioso sentirse sombra, espectro, viento que abre la puerta, y demás elementos etéreos, ante aquellas personas que aún sin mostrarte el más mínimo atisbo de percatarse de tu presencia, tú sigues saludando amablemente esperando darles con un ejemplo de cortesía en su estúpida cara de indiferencia.

7/07/2007

Calorcito, calorcito...


Muy buenas, gente. Por fin vuelvo tras un largo periodo de ausencia. ¿La causa? Pues que cada vez que me adentraba a enfrentarme a este duelo personal entre las teclas y yo (quien conoce el catálogo de miembros viriles que son mis manos puede dar fe de ello) era para llevar a cabo los trabajos que he tenido que hacer en este cuatrimestre, por lo que no he tenido la oportunidad de dedicarle un tiempo provechoso a este rincón.

Bueno, comienza de nuevo el verano…sí, muy bien, el descanso, el calorcito, las cervezas en la terraza, la gira veraniega de David Bisbal, Jordi Dan arrasando, el Gran Prix (réquiem por Ramón García, que sólo le quedan las campanadas de Nochevieja como no espabile…) de nuevo con su burda imitación del mítico Humor Amarillo (señores de Cuatro, no lo intenten, no es lo mismo sin los antiguos comentaristas…o quizá sea que cuando uno pasa de los 11 años pierde interés por ver japoneses metiéndose ostias como panes…), y todos esos aspectos entrañables del gloriosos y ansiado verano tales como salir a comprar el pan en cinco minutos y llegar a casa como si hubieses hecho la San Silvestre ( de ida y de vuelta…).

Y cómo no, siguiendo la tradición veraniega, un servidor tiene que cumplir con la costumbre anual de quedarse en la cama con 39 grados de temperatura corporal que ha hecho las delicias de mis últimos tres días. Cómo no, ya estaba tardando. El día 28 acabé mis obligaciones académicas, y pronto pensé: a ver cuándo enfermo, para variar… Y en efecto, no he tardado mucho. Así que no hay nada más veraniego para mí que unos días en cama medio grogui con fiebre. Ya es tradición de un tiempo a esta parte.

En fin, para que veáis con qué buen pie comienzo en el tan esperado verano. Así da gusto. Si os quejáis de calor en la calle, no tenéis que hacer más que veniros a mi casa y meteros conmigo en la cama, bien arropaditos…ahí ibais a saber lo que es sudar, quejicas.

5/03/2007

A golpe de recuerdo, recuerdo de los golpes.

Me llamaron muchísimo la atención los sucesos que tuvieron lugar durante estos días 1 y 2 de mayo en el barrio de Malasaña, y los he intentado seguir por todo tipo de medios de comunicación. No quiero entrar ahora a ponerme a defender ni a culpar nada, a analizar la situación como hacen los contertulios de turno en sus cafés de mañana (esos "todólogos", como hoy he escuchado a Javier Couso en una ponencia, porque saben de todo) y la plana política (siempre tan cercanos a la calle...).

Tan sólo quiero contar mi anécdota.

Desde que era pequeño, mi padre siempre me ha inculcado un carácter pacífico, pero fuerte ante las adversidades. Con esto también incluyo el hecho de que siempre me ha dejado claro que evite las peleas, los enfrentamientos, que nunca acabe con las manos lo que se puede arreglar hablando, etc. Pero no con ello me ha enseñado a poner la otra mejilla; siempre me ha enseñado que, cuando ya no hay más remedio y la pelea se tiene encima, hay que tener claro que hay que defenderse, y saber afrontar la situación para salir lo mejor parado posible. Por ello, hemos practicado muchas veces defensa personal juntos, pero siempre con el espíritu de canalizar la violencia que ejerzan sobre ti. Esto también viene dado por nuestra pasión por el judo, que tanto hemos practicado juntos a lo largo de los años, deporte con unos principios y filosofía de respeto hacia tu oponente importantísimos.

Claro está, que las "normas de las peleas" en la calle han cambiado: siempre hemos oído a nuestros padres hablar de que dos se pegaban de lo lindo, y luego se invitaban a unas cañas y todo perdonado, por ejemplo. Ahora nada es así, todo es buscar la superioridad numérica, la puñalada por la espalda, el golpe imprevisto, no respetar que el otro se encuentre indefenso en el suelo...sí, puede parecer extraño, pero quien no cumplía estas "normas" antes, era tachado de cobarde.

Aquí es donde quiero llegar. Mi padre siempre me decía que nunca golpease a alguien que he derribado o se encuentra en el suelo, porque eso era de cobardes y rastreros, que no saben enfrentarse cara a cara y que aprovechan la desventaja del otro para seguir propinando más golpes al mismo.
El otro día , viendo las imágenes de los hechos acaecidos en la madrugada del 1 de mayo, vi una y otra vez imágenes de ya no sólo uno, sino varios policías pateando y golpeando con las porras la cabeza, las costillas, la espalda y las piernas de algún pobre desdichado que tuvo la mala suerte de caer al suelo o que fue derribado por ellos, y que se encontraba totalmente indefenso y tan sólo podía intentar tapar los resquicios de sus zonas vitales sin saber de donde le llovían los golpes. Puedo decir que tampoco me pareció algo inaudito y nuevo, porque lo hemos visto no pocas veces todos aquellos que hayamos seguido imágenes de manifestaciones, desalojos, y otros actos que han terminado en una carga policial, y que no nos hayamos ceñido a las versiones oficiales ni a sólo ver las imágenes de los telediarios de rigor.

En fin, que se me vinieron a la cabeza aquellos consejos que mi padre me daba desde pequeño sobre cómo no debía de actuar ante una situación violenta, para no ser un "sucio contrincante", y he sacado al conclusión de que aquel macarra de barrio que se aprovechaba del más débil, aquel cobarde, aquel rastrero, ahora le han dado una placa y una porra, y encima cobra dinero por hacer todo aquello que mi padre me dijo que no hiciese nunca.

Enhorabuena, muchacho de la porra, has llegado a algo en la vida, debes sentirte orgulloso. Seguro que llegas de las manifestaciones contra la LOU, contra la ocupación de Irak, por una vivienda digna, o simplemente de barrer las calles de"maleantes", al calor de vuestro hogar, y en la cama cuentas orgulloso a tu mujer o novia tus heroicas batallas acabando con el mal a golpe de porrazo, "repartiendo democracia", y viendo realizado tu sueño de autoridad, o luego comentando en el bar con tus amigotes cómo esos "guarros" han sangrado con tus caricias.

Lo siento mucho, hombretón, pero mi padre me lo dejó bien claro: "quien golpea a alguien que está en el suelo, es un cobarde". Sí, papa, sí. Y además vigila la conducta correcta de la sociedad. Papa, ¿y si cae al suelo quien espera que yo caiga para patearme...hago lo que él me haría?. Esta sería mi pregunta unos 7/8 años atrás...Supongo que mi padre me respondería que no tengo que caer en su juego sucio, y ser respetuoso con quien ha caído ya.

3/21/2007

Buenas, gente.
Primeramente, gracias por estar dedicando algo de tiempo a darte un paseo por mi blog, ya que haces que me plantee el seguir dándole una cierta dedicación. Llevo un tiempo ausente por aquí, y no sé cuál será mi próxima intervención. Espero poder tener un tiempo (y ante todo ideas) para poder volcarlo aquí pronto.
¡¡¡ Vuelvo en breves, no desespereis!!!