9/19/2009

No sabría ponerle fecha. Supongo que nuestro encuentro fue en un día cualquiera del verano de 2008. Digo supongo porque, entre toda la vorágine de preparación, estudio, investigación y organización de todo el proyecto, la mezcolanza de días, noches, visitas, entrevistas, cárcel, teclado, ordenador y listados en cuadros de Excel, me hace incapaz de discernir el desarrollo de los días.


Tampoco sé decir cómo llegué a casa de tu hija. Creo que a oídos de mi compañero de este trajín llegó el hecho de tu existencia, y qué mejor sitio que la casa de tu hija para abrirnos por completo a lo que podías contarnos.

Presentaciones, saludos y amabilidad. Tu hija conocía todo el trabajo de mi compañero años atrás, y sabía que nos podía interesar todo cuanto compartieras con nosotros.


Te recuerdo, algo inquieto, pero dispuesto. Te abordamos con una cámara de video y mucho cable por el suelo, y mientras entablabas conversación con mi compañero, yo preparaba el ordenador para intentar transcribir todo cuanto saliese de entre tus labios.


Pronto observamos que tus oídos habían ido perdiendo potencial, pero no te cohibiste en advertídnoslo. Llevaba ya unas cuantas entrevistas en mis dedos y en mi cabeza, pero tus palabras sonaron algo diferentes. Recuerdo ocasiones en las que perdía el hilo de la transcripción y no podía hacer más que observar cómo tu mirada se perdía en un infinito mientras cientos de recuerdos empezaban a fluir en cada frase que nos dedicabas. Mi mente hacía todo cuanto podía por reconstruir cada imagen que, con pinceladas verbales, nos dibujabas.


Todo este tiempo no has querido contar nada, porque no querías transmitirles dolor, pero sí que te aferrabas a que supiesen qué había ocurrido.


Llegué a querer más de una vez el mismo agua del que bebías, con el que intentabas hacer descender el nudo que la maraña de tiempo, la memoria y las paladas de arena sobre tu sufrimiento habían alojado en tu garganta. Por mi cabeza pasaba algún pensamiento de pequeña culpabilidad por poner sobre tu mirada alguna lágrima, pero nos transmitías perfectamente quiénes son responsables de ese difícil trago.


El dolor era el mismo o incluso mayor que el que venía aprehendiendo de anteriores encuentros (aunque en esto del sufrir no hay baremos, escalas ni cintas métricas), pero la firmeza de tu sentir, tu absoluta conciencia de las responsabilidades, tu desprecio absoluto a la impunidad más cruel, daban un tinte especial a tu relato.


Serenidad, pero contundencia. Justicia pero no venganza. Te afanabas por transmitir estos conceptos. Difícil cuando a uno ve cómo las rejas consumen a tres de tus hermanos y le arrebatan la vida a uno de ellos. Prefiero decir cuando te asesinan a un hermano. A las cosas por su nombre, y los eufemismos para la literatura y la prensa.


Te recuerdo con traje azul la mañana del homenaje, ya un par de meses después, del brazo de tu hija, junto a tu mujer, nietos… No sé qué sentirías cuando te observaste siendo quien ponía rostro al final del documental. Me lo imaginé cuando, a los pies de la Cárcel Vieja, nuestra actual biblioteca pública, nos entrelazamos en un abrazo mientras me besabas la mejilla diciéndome cinco veces gracias, y yo dándote a ti cinco mil más.


Cuando te he vuelto a ver a finales de este mes de agosto, hará tres escasas semanas, en tu pueblo, tuve la sensación de que hacía menos que no nos veíamos. Es extraño. Nos invitaron a presentar allí la exposición, el libro y el documental. Cuando llegué a la sala estaba nervioso, no por el acto en sí, te lo prometo. Te buscaba por allí, a ver si habías venido ya. Qué ansia de darte un abrazo. Tanto a ti como a tu familia. Observé en una silla el calendario que te regalamos con las fotos de algunos presos, enmarcado. Pero había una diferencia: tú mismo habías cogido las fotografías de tus hermanos, y tapando los meses, les diste presencia en aquel marco, en aquella sala, en aquel homenaje. Desconocíamos que tuvieses esas fotos, así que la emoción fue mayor. Era la muestra de que habías estado allí. Confirmé que te habías pasado por la exposición, y sé que te habrías acordado de mí.


Nos sentamos delante del proyector para presentar el acto, y no estabas. Aún. Qué alegría me invadió cuando te vi colocarte en la primera fila, viniendo del brazo de tu mujer a los pocos minutos. Llegaste a tiempo, tranquilo.

Como te decía, la sensación de que hacía menos que nos veíamos creo que ha sido fruto de lo presente que te he tenido todo este año, así como del desarrollo del documental, en el que he visionado infinitamente tu video y el de todo el que aparece. Tanto veros, escucharos, me hace tener tan presente vuestra existencia, vuestra palabra…


Cuando había acabado el documental, y después de algunas intervenciones, me pediste el micro. Cuando te vi incorporarte, me percaté de que ese incansable paseador del que me habían hablado, no tenía las piernas igual que hacía un año (pero oye, cuando luego salimos, te vi mejor de lo que me decías, que te echabas muchas piedras contra tu propio tejado, amigo).


Te incorporaste, y tras pedirnos disculpas a todos los presentes al no haber oído nada del documental por tu cada vez mayor sordera, asiste el micro con tus curtidas manos con una más que considerable firmeza, lo que me hizo intuir el contenido de tus anotaciones. Un pequeño análisis del dolor de tu pueblo, de la sangre derramada, de la traición de los cobardes golpistas…y luego de lleno en tu experiencia. Tus palabras fueron un recuerdo al sufrimiento de tus hermanos, esos que viste arrebatarte cuando eras joven. El sufrimiento de tu familia, y con él, de tantísimos otros represaliados de tu pueblo, de los más castigados por la represión.


Acabaste con un Viva la República. El mismo que dicho hace setenta años, y durante otros cuarenta te habría llevado con tus hermanos, en los dos sentidos: prisión o muerte. En ese Viva iba tu voz fusionada a las voces de tus hermanos, bien lo sabía yo… Invadido de emoción, se te entrecortaban las palabras, pero lograste acabar de leer aquello que llevabas días gestando. Te envolví con mis brazos, y no habría parado de hacerlo. Odio mi memoria por no recordar la totalidad de tus palabras. Tanto recuperar la memoria de otros, y qué poco recupero la mía…


Os llevamos a tu mujer y a ti al cementerio. Quien organizó el acto había preparado una ofrenda floral e íbamos a dedicar unas palabras. Más emoción.


Cuando todo acabó, te regalé otros diez abrazos.


Nos fuimos a tomar algo a una terraza, ya que quería que me pusieses al día sobre ti, y me explicaste que tu familia estaba de vacaciones, por eso habías venido sólo con tu mujer, de la que, por cierto, no recordaba el gran sentido del humor que tenía.


Del tiempo que tuvimos hasta que nos fuimos, cerca de las 12 y media de la noche, recuerdo tus chistes, recuerdo pasear contigo, tu análisis de la actualidad…pero sobre todo recuerdo que cada frase que pronunciabas penetraban en mí como si cada una fuese una magistral clase de vida, un fugaz aprendizaje, pero una enseñanza eterna.


Que es mucho tiempo callados, sin poder hablar…


Que todavía hay mucho miedo…pero no hay por qué tenerlo.


Al mundo venimos a defender nuestra dignidad. La dignidad se defiende con la vida.


Eres lucha. Eres dignidad. Eres valentía.


Nos despedimos con mi enésimo abrazo, y con la promesa de que tu mujer iba a hacer sus judiones, esos que tanto te gustan. Prometí hacerte pronto una visita. A pesar de que me dijeses que te quedaba poco, que tenías ya noventa años. Y yo reprendiéndote, ya que me había soplado un pajarito que te acababas de hacer unos análisis de sangre y que el médico te había dicho que estabas como un chaval de veinte años. Prometimos que me aguantabas hasta el 2020, ya que tú querías vivir mucho. Te dije que si tú querías, hasta donde te propusieses.


Cuando uno abraza a alguien tan mayor, se piensa en que puede ser la última vez que lo abrace, recordé cuando me despedía de tu mujer y de ti. Pero pensé que este no iba a ser el caso. Que te tenía para rato.


Ayer no quería haber recibido ese mensaje. Me partió en dos tu noticia. Amigo, no me has dado tiempo a compartir los judiones. No has esperado al 2020. Habías cenado con normalidad, habías visto el fútbol…te levantaste con dolores en un riñón. Y me dejaste aquí.


Sólo te conocía de hacía poco más de un año, pero te he sentido tan cerca, ha sido tan intenso, que ayer me desgarraron de la garganta al abdomen. Mientras me abrazaba una amiga que estaba a mi lado cuando recibí la noticia, notaba cómo estaba empapando mi cara, y cómo tuve que sentarme. Sabía que te tenía un aprecio enorme, y que te quería en mi vida, aunque te pudiese ver de Pascuas a Ramos, pero no sabía hasta qué punto hasta ayer.


Eras una causa por la que hacer lo que estoy haciendo. Pero no te preocupes, lo sigues siendo. Aún más.


Oír de tu familia que te hemos hecho tremendamente feliz en este último año, que te hemos dado la vida estos meses… me llena más aún de nostalgia, pero también de satisfacción, por haber llegado a tiempo de que tú mismo vieses tu homenaje, el de tus hermanos, el de tu familia, el de tantos como tú.


Ya me quedé con una frustración enorme cuando se fue pronto alguien que también me había enseñado tantísimo, si no directamente, sí desde su nieta y su familia, en cuanto a valores, tenacidad, resistencia, valentía, esperanza, respeto… Una sensación de frustración horrible, de no haber llegado a tiempo, de no haber aprovechado oportunidades…


Contigo hemos evitado eso, amigo, lo viste, lo disfrutaste conmigo, nos fundimos en abrazos recordando tanto… Lo viste en tu mismo pueblo.


Sigues conmigo, y te recordaré cada día, con más proyectos. No sé cómo agradecerte cada una de tus palabras…creo que siguiendo en esta lucha, bregando un día sí y otro también. Por esa dignidad de la que me hablabas. Para eso venimos al mundo.


Has sido lucha. Has sido dignidad. Has sido valentía.


Y lo sigues siendo.


Salud, compañero y amigo, que la tierra te sea leve.