10/17/2010

Pasa, tiempo, pasa


El tiempo se eterniza como si pudieses comprimir cien vivencias en ese pequeño paquete de tiempo llamado segundo. Se paraliza tu reloj, e incluso a veces, jurarías por tus mismísimos muertos que donde pone un 35 antes habías visto un 38. O mejor aún, miras tu reloj en dos ocasiones tan lejanas en tu concepción del tiempo que la incredulidad te inunda al tener que asumir que sigues en el mismo minuto.

Tus oídos se ven doblegados a tener que procesar la amalgama de irrisorias melodías. Podrías tararear cada una de las notas pero a la vez, mañana serás completamente impotente a la hora de querer traer al recuerdo qué cúmulo de sonidos se desplegaron por la atmósfera que te rodea.

Lo que parece un ridículo contoneo al son de ese ritmo que juraste y perjuraste no bailar, se confunde con el temblor de tus piernas abyectas e inquietas, como ese niño que delante de ti en la cola del colegio se contorsionaba a las órdenes de una vejiga que desatendía sus imploraciones.

La inexorable pregunta va contruyéndose entre los múltiples pensamientos que entretejen apocalipsis, inmolación y reparto de picos y palas: ¿Qué coño hago yo aquí?

Cráneos huecos clavan sus ojos en tu rostro indiferente, y aquellos que se creen herederos del Torete y del Vaquilla creen que te han perdonado la vida en los últimos siete segundos.

Más allá del umbral de esa puerta, el viento te trae el mejor surtido de escalofríos y el cincel con el que modelará tu quebradiza garganta de tal manera que al despetar tendrás la voz de Barry White tras haberse bebido media botella de whisky mientras le canta, con sus pies descalzos en una palangana, al negro cielo de Los Ángeles que le llueve. Eres consciente que la búsqueda de calor es la única y última razón por la que ejerces esa fórmula tan curiosa: hacer tiempo

Tus compañeros se encuentran en la misma situación y la conversación se cotiza al alto precio de tres cuartas partes de garganta más medio oído.

Sabes que no queda otra, los minutos pasan a tener 360 segundos, y sueñas con un autobús con alas que sobrevuele el cielo de Segovia hasta tu cama. Imaginas el Pinarillo, la Hontanilla, los cochinillos que un esculpido Cándido lleva años amenzando con partir y esa maldita estación de autobuses que tus en tus más oscuros y efímeros pensamientos llegaste a soñar quemar. La comisaría de policía que tienes que visitar en breves por tu hace semanas caduco DNI, y ese local que albergó el videoclub que con asiduidad visitabas hasta que las letras A, D, S y L significaron para el hombre algo más que tres consonantes y una vocal al azar. El ambulatorio que has visitado por enésima vez este año y la terraza de Fer en la que recuerdas las noches de cerveza y guitarra. Tu antiguo instituto, centro de aprendizaje y desaprendizaje, y los ávidos negocios que lo rodean....... y la parada soñada.


Maldita noción del tiempo....pasa, tiempo, pasa, paaaaasaaaaa.....


Hay que joderse lo larga que se hace la espera del próximo búho cuando estás en la discoteca Sabbat.