10/12/2006

LA NOCHE EN QUE ME ENAMORÉ DE UN POLICÍA

Era una noche tranquila, que transcurría como otra cualquiera, con media docena de amigos teniendo una agradable conversación, relajada...
Interrumpiendo el turno de cualquiera de nosotros, irrumpiste frenéticamente nuestra conversación. Se te veía emocionado, estabas ávido de protagonismo. Descendiste tus curtidas piernas de aquel coche, y no me dejaste apenas tiempo a que me fijase en tu compañero.
Pronto tomaste la palabra: ¡A ver, todos quietecitos! Pronto noté cómo tu actitud envalentonada hacía palpitar mi pecho a un ritmo más acelerado que anteriormente.. Tu ceño fruncido parecía cincelado desde nacimiento, como si llevases una dulce piña metida en el trasero desde que no recordases cuándo. Al igual que tu ladeada mandíbula en gesto de simio indignado. Como si alguno de nosotros guardásemos tu premio. Esto fue algo que pensé sobre todo cuando tu segunda frase fue: ¡Sacad todo lo que llevéis, antes de que tenga que sacároslo yo mismo! ¡Sacad los porros, y no vengáis con que no tenéis! Tanta amabilidad me abrumaba, pero me sentía tremendamente decepcionado ya que yo no tenía lo que buscabas; lo siento, no fumo.
Por tus ojos fulgurantes interpretamos que te incomodaron las cuatro latas de cerveza que nos acompañaban. Aunque no comprendía muy bien tus argumentos, tan eficazmente explicados: ¡Está prohibido beber en la calle!¡No se puede en ningún sitio, por poco que sea! La ley está ahí... además, ¿Por qué no vais a beber a “La Curva”? Sigo analizando la coherencia de tus palabras...quizá no pueda porque te encuentres en un nivel intelectual superior al mío y me cueste descifrar tu verborrea.
Me encantó la forma en la que invadiste mi intimidad al registrarme mi cartera. Pudiste ver todas las fotos de mis familiares y amigos, pudiste ver los recuerdos que guardaba en ella, así como mi disponibilidad económica... Te veía ansioso.. lo mismo imaginabas ya un futuro a mi lado, llevando yo tu foto en mi cartera. O puede que te decepcionase que no fuese un joven adinerado, y eso te retrajo. El caso es que me encantó como mi intimidad quedaba desvelada ante ti, sin previo aviso, ni mi consentimiento.
Daba gusto ver cómo te desenvolvías tras la autoridad de tu traje. Yo me excitaba cada vez más. Sobre todo, cuando seguíamos sin convencerte, y nos animabas a que siguiésemos vaciando nuestros bolsillos antes de que tú mismo nos cacheases. En ese momento mi corazón se salía del pecho. El hecho de pensar cómo tus farragosas y despreciables manos iban a recorrer mi cuerpo, me excitaba cada vez más. Qué enorme decepción me llevé cuando parecía que sólo lo hacías para calentarme, y al final fue una falsa alarma.
Como yo no encontraba mi DNI, tan preciado por ti (soy algo desordenado, a lo mejor eso te disgustó), pensabas que te lo ocultaba. Nada menos, todo menos enfadarte, que sé de lo que eres capaz, fiera. Mis amigos habían ido dando uno a uno a tu compañero, que mientras charlaba con alguien al otro lado del “walkie”, se percató de que faltaba alguno. Era el mío, yo seguía con mi nerviosa búsqueda. No quería alterarte, pero no lo conseguía... Finalmente lo conseguí. Tu compañero del walkie nos devolvió los DNI algo decepcionado, mientras nos diste un recital de ecologismo animándonos a tirar los restos en una papelera (cosa que llevo haciendo desde que no tengo memoria; parecía que pronto habías calado mi personalidad).
Y tras este encuentro te marchaste junto con tu compañero.
Me dejaste con una sensación tremendamente agridulce.
Por suerte o por desgracia, te veo a menudo por la calle, con tu flamante coche, tu impecable indumentaria, con tu mirada rastreante en busca de nuevos objetivos. Siempre pienso en si volverás de nuevo a interceptarme en la noche.

Hace unos días, caminaba por la calle, y vi un cierto rostro que me resultaba muy familiar venía hacia mí, pero el hecho de no ir enfundado en tu traje de trabajo fue algo desconcertante para mí. ¡Eras tú! Pronto te analicé: ibas con ropa deportiva, sudoroso, con una gorra bordada con la bandera España, y algún objeto en la mano que imagine como cualquier tipo de radio. Percibí que no estarías de servicio, sobre todo cuando nuestro esperado encuentro pasó de largo y pasaste junto a mi hombro, dejando la apreciable estela del hedor de tu sudor como prueba de tu presencia.

Me dejaste de nuevo con ese mariposeo en el estómago cada vez que te veo... o quizá confunda mis sentimientos y sean unas tremidísimas ganas de vomitar las que me invaden cada vez que tu prepotente figura deleita mi mirada.

Siempre tuyo.

Un admirador.