10/17/2010

Pasa, tiempo, pasa


El tiempo se eterniza como si pudieses comprimir cien vivencias en ese pequeño paquete de tiempo llamado segundo. Se paraliza tu reloj, e incluso a veces, jurarías por tus mismísimos muertos que donde pone un 35 antes habías visto un 38. O mejor aún, miras tu reloj en dos ocasiones tan lejanas en tu concepción del tiempo que la incredulidad te inunda al tener que asumir que sigues en el mismo minuto.

Tus oídos se ven doblegados a tener que procesar la amalgama de irrisorias melodías. Podrías tararear cada una de las notas pero a la vez, mañana serás completamente impotente a la hora de querer traer al recuerdo qué cúmulo de sonidos se desplegaron por la atmósfera que te rodea.

Lo que parece un ridículo contoneo al son de ese ritmo que juraste y perjuraste no bailar, se confunde con el temblor de tus piernas abyectas e inquietas, como ese niño que delante de ti en la cola del colegio se contorsionaba a las órdenes de una vejiga que desatendía sus imploraciones.

La inexorable pregunta va contruyéndose entre los múltiples pensamientos que entretejen apocalipsis, inmolación y reparto de picos y palas: ¿Qué coño hago yo aquí?

Cráneos huecos clavan sus ojos en tu rostro indiferente, y aquellos que se creen herederos del Torete y del Vaquilla creen que te han perdonado la vida en los últimos siete segundos.

Más allá del umbral de esa puerta, el viento te trae el mejor surtido de escalofríos y el cincel con el que modelará tu quebradiza garganta de tal manera que al despetar tendrás la voz de Barry White tras haberse bebido media botella de whisky mientras le canta, con sus pies descalzos en una palangana, al negro cielo de Los Ángeles que le llueve. Eres consciente que la búsqueda de calor es la única y última razón por la que ejerces esa fórmula tan curiosa: hacer tiempo

Tus compañeros se encuentran en la misma situación y la conversación se cotiza al alto precio de tres cuartas partes de garganta más medio oído.

Sabes que no queda otra, los minutos pasan a tener 360 segundos, y sueñas con un autobús con alas que sobrevuele el cielo de Segovia hasta tu cama. Imaginas el Pinarillo, la Hontanilla, los cochinillos que un esculpido Cándido lleva años amenzando con partir y esa maldita estación de autobuses que tus en tus más oscuros y efímeros pensamientos llegaste a soñar quemar. La comisaría de policía que tienes que visitar en breves por tu hace semanas caduco DNI, y ese local que albergó el videoclub que con asiduidad visitabas hasta que las letras A, D, S y L significaron para el hombre algo más que tres consonantes y una vocal al azar. El ambulatorio que has visitado por enésima vez este año y la terraza de Fer en la que recuerdas las noches de cerveza y guitarra. Tu antiguo instituto, centro de aprendizaje y desaprendizaje, y los ávidos negocios que lo rodean....... y la parada soñada.


Maldita noción del tiempo....pasa, tiempo, pasa, paaaaasaaaaa.....


Hay que joderse lo larga que se hace la espera del próximo búho cuando estás en la discoteca Sabbat.

9/19/2009

No sabría ponerle fecha. Supongo que nuestro encuentro fue en un día cualquiera del verano de 2008. Digo supongo porque, entre toda la vorágine de preparación, estudio, investigación y organización de todo el proyecto, la mezcolanza de días, noches, visitas, entrevistas, cárcel, teclado, ordenador y listados en cuadros de Excel, me hace incapaz de discernir el desarrollo de los días.


Tampoco sé decir cómo llegué a casa de tu hija. Creo que a oídos de mi compañero de este trajín llegó el hecho de tu existencia, y qué mejor sitio que la casa de tu hija para abrirnos por completo a lo que podías contarnos.

Presentaciones, saludos y amabilidad. Tu hija conocía todo el trabajo de mi compañero años atrás, y sabía que nos podía interesar todo cuanto compartieras con nosotros.


Te recuerdo, algo inquieto, pero dispuesto. Te abordamos con una cámara de video y mucho cable por el suelo, y mientras entablabas conversación con mi compañero, yo preparaba el ordenador para intentar transcribir todo cuanto saliese de entre tus labios.


Pronto observamos que tus oídos habían ido perdiendo potencial, pero no te cohibiste en advertídnoslo. Llevaba ya unas cuantas entrevistas en mis dedos y en mi cabeza, pero tus palabras sonaron algo diferentes. Recuerdo ocasiones en las que perdía el hilo de la transcripción y no podía hacer más que observar cómo tu mirada se perdía en un infinito mientras cientos de recuerdos empezaban a fluir en cada frase que nos dedicabas. Mi mente hacía todo cuanto podía por reconstruir cada imagen que, con pinceladas verbales, nos dibujabas.


Todo este tiempo no has querido contar nada, porque no querías transmitirles dolor, pero sí que te aferrabas a que supiesen qué había ocurrido.


Llegué a querer más de una vez el mismo agua del que bebías, con el que intentabas hacer descender el nudo que la maraña de tiempo, la memoria y las paladas de arena sobre tu sufrimiento habían alojado en tu garganta. Por mi cabeza pasaba algún pensamiento de pequeña culpabilidad por poner sobre tu mirada alguna lágrima, pero nos transmitías perfectamente quiénes son responsables de ese difícil trago.


El dolor era el mismo o incluso mayor que el que venía aprehendiendo de anteriores encuentros (aunque en esto del sufrir no hay baremos, escalas ni cintas métricas), pero la firmeza de tu sentir, tu absoluta conciencia de las responsabilidades, tu desprecio absoluto a la impunidad más cruel, daban un tinte especial a tu relato.


Serenidad, pero contundencia. Justicia pero no venganza. Te afanabas por transmitir estos conceptos. Difícil cuando a uno ve cómo las rejas consumen a tres de tus hermanos y le arrebatan la vida a uno de ellos. Prefiero decir cuando te asesinan a un hermano. A las cosas por su nombre, y los eufemismos para la literatura y la prensa.


Te recuerdo con traje azul la mañana del homenaje, ya un par de meses después, del brazo de tu hija, junto a tu mujer, nietos… No sé qué sentirías cuando te observaste siendo quien ponía rostro al final del documental. Me lo imaginé cuando, a los pies de la Cárcel Vieja, nuestra actual biblioteca pública, nos entrelazamos en un abrazo mientras me besabas la mejilla diciéndome cinco veces gracias, y yo dándote a ti cinco mil más.


Cuando te he vuelto a ver a finales de este mes de agosto, hará tres escasas semanas, en tu pueblo, tuve la sensación de que hacía menos que no nos veíamos. Es extraño. Nos invitaron a presentar allí la exposición, el libro y el documental. Cuando llegué a la sala estaba nervioso, no por el acto en sí, te lo prometo. Te buscaba por allí, a ver si habías venido ya. Qué ansia de darte un abrazo. Tanto a ti como a tu familia. Observé en una silla el calendario que te regalamos con las fotos de algunos presos, enmarcado. Pero había una diferencia: tú mismo habías cogido las fotografías de tus hermanos, y tapando los meses, les diste presencia en aquel marco, en aquella sala, en aquel homenaje. Desconocíamos que tuvieses esas fotos, así que la emoción fue mayor. Era la muestra de que habías estado allí. Confirmé que te habías pasado por la exposición, y sé que te habrías acordado de mí.


Nos sentamos delante del proyector para presentar el acto, y no estabas. Aún. Qué alegría me invadió cuando te vi colocarte en la primera fila, viniendo del brazo de tu mujer a los pocos minutos. Llegaste a tiempo, tranquilo.

Como te decía, la sensación de que hacía menos que nos veíamos creo que ha sido fruto de lo presente que te he tenido todo este año, así como del desarrollo del documental, en el que he visionado infinitamente tu video y el de todo el que aparece. Tanto veros, escucharos, me hace tener tan presente vuestra existencia, vuestra palabra…


Cuando había acabado el documental, y después de algunas intervenciones, me pediste el micro. Cuando te vi incorporarte, me percaté de que ese incansable paseador del que me habían hablado, no tenía las piernas igual que hacía un año (pero oye, cuando luego salimos, te vi mejor de lo que me decías, que te echabas muchas piedras contra tu propio tejado, amigo).


Te incorporaste, y tras pedirnos disculpas a todos los presentes al no haber oído nada del documental por tu cada vez mayor sordera, asiste el micro con tus curtidas manos con una más que considerable firmeza, lo que me hizo intuir el contenido de tus anotaciones. Un pequeño análisis del dolor de tu pueblo, de la sangre derramada, de la traición de los cobardes golpistas…y luego de lleno en tu experiencia. Tus palabras fueron un recuerdo al sufrimiento de tus hermanos, esos que viste arrebatarte cuando eras joven. El sufrimiento de tu familia, y con él, de tantísimos otros represaliados de tu pueblo, de los más castigados por la represión.


Acabaste con un Viva la República. El mismo que dicho hace setenta años, y durante otros cuarenta te habría llevado con tus hermanos, en los dos sentidos: prisión o muerte. En ese Viva iba tu voz fusionada a las voces de tus hermanos, bien lo sabía yo… Invadido de emoción, se te entrecortaban las palabras, pero lograste acabar de leer aquello que llevabas días gestando. Te envolví con mis brazos, y no habría parado de hacerlo. Odio mi memoria por no recordar la totalidad de tus palabras. Tanto recuperar la memoria de otros, y qué poco recupero la mía…


Os llevamos a tu mujer y a ti al cementerio. Quien organizó el acto había preparado una ofrenda floral e íbamos a dedicar unas palabras. Más emoción.


Cuando todo acabó, te regalé otros diez abrazos.


Nos fuimos a tomar algo a una terraza, ya que quería que me pusieses al día sobre ti, y me explicaste que tu familia estaba de vacaciones, por eso habías venido sólo con tu mujer, de la que, por cierto, no recordaba el gran sentido del humor que tenía.


Del tiempo que tuvimos hasta que nos fuimos, cerca de las 12 y media de la noche, recuerdo tus chistes, recuerdo pasear contigo, tu análisis de la actualidad…pero sobre todo recuerdo que cada frase que pronunciabas penetraban en mí como si cada una fuese una magistral clase de vida, un fugaz aprendizaje, pero una enseñanza eterna.


Que es mucho tiempo callados, sin poder hablar…


Que todavía hay mucho miedo…pero no hay por qué tenerlo.


Al mundo venimos a defender nuestra dignidad. La dignidad se defiende con la vida.


Eres lucha. Eres dignidad. Eres valentía.


Nos despedimos con mi enésimo abrazo, y con la promesa de que tu mujer iba a hacer sus judiones, esos que tanto te gustan. Prometí hacerte pronto una visita. A pesar de que me dijeses que te quedaba poco, que tenías ya noventa años. Y yo reprendiéndote, ya que me había soplado un pajarito que te acababas de hacer unos análisis de sangre y que el médico te había dicho que estabas como un chaval de veinte años. Prometimos que me aguantabas hasta el 2020, ya que tú querías vivir mucho. Te dije que si tú querías, hasta donde te propusieses.


Cuando uno abraza a alguien tan mayor, se piensa en que puede ser la última vez que lo abrace, recordé cuando me despedía de tu mujer y de ti. Pero pensé que este no iba a ser el caso. Que te tenía para rato.


Ayer no quería haber recibido ese mensaje. Me partió en dos tu noticia. Amigo, no me has dado tiempo a compartir los judiones. No has esperado al 2020. Habías cenado con normalidad, habías visto el fútbol…te levantaste con dolores en un riñón. Y me dejaste aquí.


Sólo te conocía de hacía poco más de un año, pero te he sentido tan cerca, ha sido tan intenso, que ayer me desgarraron de la garganta al abdomen. Mientras me abrazaba una amiga que estaba a mi lado cuando recibí la noticia, notaba cómo estaba empapando mi cara, y cómo tuve que sentarme. Sabía que te tenía un aprecio enorme, y que te quería en mi vida, aunque te pudiese ver de Pascuas a Ramos, pero no sabía hasta qué punto hasta ayer.


Eras una causa por la que hacer lo que estoy haciendo. Pero no te preocupes, lo sigues siendo. Aún más.


Oír de tu familia que te hemos hecho tremendamente feliz en este último año, que te hemos dado la vida estos meses… me llena más aún de nostalgia, pero también de satisfacción, por haber llegado a tiempo de que tú mismo vieses tu homenaje, el de tus hermanos, el de tu familia, el de tantos como tú.


Ya me quedé con una frustración enorme cuando se fue pronto alguien que también me había enseñado tantísimo, si no directamente, sí desde su nieta y su familia, en cuanto a valores, tenacidad, resistencia, valentía, esperanza, respeto… Una sensación de frustración horrible, de no haber llegado a tiempo, de no haber aprovechado oportunidades…


Contigo hemos evitado eso, amigo, lo viste, lo disfrutaste conmigo, nos fundimos en abrazos recordando tanto… Lo viste en tu mismo pueblo.


Sigues conmigo, y te recordaré cada día, con más proyectos. No sé cómo agradecerte cada una de tus palabras…creo que siguiendo en esta lucha, bregando un día sí y otro también. Por esa dignidad de la que me hablabas. Para eso venimos al mundo.


Has sido lucha. Has sido dignidad. Has sido valentía.


Y lo sigues siendo.


Salud, compañero y amigo, que la tierra te sea leve.

2/18/2008

Empujador y excluidor.


Creo que no he escrito aún desde que vivo en Vallecas...

¿Por qué ha de ser diferente vivir en Francos Rodriguez que hacerlo en zona vallecana?

Pues precisamente por el hecho de que lo que antes eran quince escasos minutos de autobús o metro, se han convertido en cuartenta y cinco minutos de media (sin sumarle los retrasos correspondientes...) de línea 1 de metro. Quien esté abocad@ a cogerla, sabrá a lo que me refiero...

El otro día, en Atocha Renfe se subieron las respectivas 876 personas por vagón (centenar abajo o arriba...) que lo hacen diariamente; y un servidor, desdichado de mí, que se sube en la parada de Nueva Numancia (a veces con soltura, otras con tortura...) a cuatro cómodas paradas de la estación en cuestión, creo que debí de empezar a perder el conocimiento, ya que empezaba a ver a las personas algo azules...bueno, a todo el mundo...

Quizá fuese por la falta de oxígeno y la presión corporal que sufría mientras una mujer de 1,55 incrustaba su nariz en mi pecho y su hijo se encajonaba entre mis piernas, a la vez que me tocaba la cabeza la visera de la gorra del makoi que se había encaramado a la barra del techo.

Creo que incluso llegué a ver a un hombre metido en la vitrina del extintor...pero esto lo dudo ahora, ya que puede que fuesen alucinaciones mías...y a lo mejor iban dentro dos personas, y no una.

Siempre que en estas situaciones (prácticamente, cada mañana...) me acuerdo de las imágenes que emiten a menudo por televisión sobre el transporte en Japón o en China en las que ves cómo hay gente que sale casi por las ventanillas...como desbordados....como aquel Qué apostamos en el que se metían veintitantos en un Seiscientos...Pues eso, como si alguien los hubiera colocado estratégicamente.


Pero un día cuál fue mi sorpresa cuando veo cómo un hombre vestido de Prosegur se encargaba de agarrar a la gente que sobraba y ya no cabía, animámdoles con la suavidad que los caracteriza a no intentar subir y esperar a otro viaje...Me recordó que un día mi amigo Java me contó que en el cercanías, también en Atocha, en las horas más concurridas, había visto a empujadores que oprimían a la multitud para que las puertas pudiesen cerrar...

Así que me encuentro con dos ocupaciones nuevas: empujador y excluidor. Del primero depende que subas, del segundo depende que te bajes.

"Mamá, mamá, quiero ser excluidor"....probablemente la madre iniciaría un discurso antiracista y contra la exclusión social, escolar, etc..

"Mamá, mamá, quiero ser empujador en el cercanías o en el metro"...a continuación la madre llevaría al psicólogo al niño por tendencias psicopáticas....

7/26/2007

Cafeinómano


Sí, lo reconozco, he sido cafeinómano. Y digo he sido, porque la temporada en la que mi cuerpo necesitaba una sustancia como el café para poder afrontar las mañanas y muchas veces también las tardes, ha pasado. Pero soy consciente de que una época como la que acaba de pasar, no tardará en volver, y mi desesperada búsqueda de mi correspondiente dosis no tardará en llegar. Volveré a acudir como otros tantos cuales yonkis a las barranquillas, a intentar que uno de los camareros-camello de la cafetería de mi facultad me haga un mínimo caso para pedirle mi tan codiciado buchito de alquitrán con leche. Sí…y perder media lengua con quemaduras de tercer grado puesto que llevo quince minutos esperando en la barra y llego tarde a mi primera clase de la mañana sólo por el hecho de adquirir mi droga, y el alquitrán con leche que me han servido se encuentra a 58 grados de temperatura a pesar de haber pedido la leche fría. Volveré a salir de la cafetería-narcosala con el olor impregnado de la fritanga de sardinas que le espera a quienes coman de menú a mediodía (en estos momentos es cuando incluso echo de menos el repugnante olor a tabaco que se quedaba en mi ropa…lo prefiero a este olor a chiringuito playero).

Y es que he de reconocer, compañeros de Cafeinómanos Anónimos, que me he visto sucumbido por la necesidad de un café para afrontar días en los que la primera clase (en torno a las ocho y media de la mañana) resultaba un cúmulo insufrible de cansancio, sueño, déficit de atención y verborrea del profesor de turno, y tornarse ese mismo día gris en un camino con luz al final del trayecto (hacia las cuatro de la tarde…), y afrontar las siguientes clases con un empuje mayor gracias a esta sustancia negra y olorosa.

Pero amigos, he de admitirlo: esta semana he recaído. El ritmo acelerado que estoy llevando este verano, me ha hecho añorar ese regusto a “café y tirar p´alante” de la época de exámenes, y el otro día la veda se abrió durante una comida con unos amigos: con un simple “¿alguien quiere café?”, mi cuerpo reaccionó cual perro de Pavlov al sonido de un tintineo de campana y un ansioso “¡sí, sí, por favor…con leche!” salió de mi boca como si de un vaso de agua al final de un desierto se tratase.

Soy cafeinómano...

7/13/2007

Me gusta cuando calláis, porque estoy como ausente…

Tres vecinos de una media de sesenta años en un portal. Mirándose a los ojos como todas las mañanas, hablando del tiempo como todas las mañanas, saludándose con las primeras sonrisas falsas del día. El día a día de un edificio normal de una calle normal de una ciudad normal.
De repente sin previo aviso, la puerta anterior a la puerta más grande de la entrada del portal se les abre en gesto de amabilidad…Pero ellos ni se inmutan, como si un viento caprichoso la hubiese abierto por casualidad. Pero no, una presencia yacía en el portal.

Esa presencia no es nueva: es la misma presencia que parece espectral cuando da los buenos días y no recibe respuesta. El espectro pasa entre los vecinos pasivos mientras dirige la vista hacia ellos, y estos giran la mirada a otros puntos tales como el suelo, un rincón mugriento y el interruptor de la luz.


Bienvenidos a uno de los muchos días en los que observo cómo mis casi diez años de convivencia vecinal en este edificio aún sirven para hacerme parecer un espectro amable al que no se le mira ni se le dirige la palabra, a pesar de dar los buenos días cortésmente. Qué sensación la de hablar a una persona y recibir la única respuesta del chirriar del ascensor bajando a buscarte tras un silencio incómodo. Inefable sensación, entrañable situación, placentera para cualquiera que se precie a querer sentirse piedra, despojo o brisa. Es curioso sentirse sombra, espectro, viento que abre la puerta, y demás elementos etéreos, ante aquellas personas que aún sin mostrarte el más mínimo atisbo de percatarse de tu presencia, tú sigues saludando amablemente esperando darles con un ejemplo de cortesía en su estúpida cara de indiferencia.

7/07/2007

Calorcito, calorcito...


Muy buenas, gente. Por fin vuelvo tras un largo periodo de ausencia. ¿La causa? Pues que cada vez que me adentraba a enfrentarme a este duelo personal entre las teclas y yo (quien conoce el catálogo de miembros viriles que son mis manos puede dar fe de ello) era para llevar a cabo los trabajos que he tenido que hacer en este cuatrimestre, por lo que no he tenido la oportunidad de dedicarle un tiempo provechoso a este rincón.

Bueno, comienza de nuevo el verano…sí, muy bien, el descanso, el calorcito, las cervezas en la terraza, la gira veraniega de David Bisbal, Jordi Dan arrasando, el Gran Prix (réquiem por Ramón García, que sólo le quedan las campanadas de Nochevieja como no espabile…) de nuevo con su burda imitación del mítico Humor Amarillo (señores de Cuatro, no lo intenten, no es lo mismo sin los antiguos comentaristas…o quizá sea que cuando uno pasa de los 11 años pierde interés por ver japoneses metiéndose ostias como panes…), y todos esos aspectos entrañables del gloriosos y ansiado verano tales como salir a comprar el pan en cinco minutos y llegar a casa como si hubieses hecho la San Silvestre ( de ida y de vuelta…).

Y cómo no, siguiendo la tradición veraniega, un servidor tiene que cumplir con la costumbre anual de quedarse en la cama con 39 grados de temperatura corporal que ha hecho las delicias de mis últimos tres días. Cómo no, ya estaba tardando. El día 28 acabé mis obligaciones académicas, y pronto pensé: a ver cuándo enfermo, para variar… Y en efecto, no he tardado mucho. Así que no hay nada más veraniego para mí que unos días en cama medio grogui con fiebre. Ya es tradición de un tiempo a esta parte.

En fin, para que veáis con qué buen pie comienzo en el tan esperado verano. Así da gusto. Si os quejáis de calor en la calle, no tenéis que hacer más que veniros a mi casa y meteros conmigo en la cama, bien arropaditos…ahí ibais a saber lo que es sudar, quejicas.

5/03/2007

A golpe de recuerdo, recuerdo de los golpes.

Me llamaron muchísimo la atención los sucesos que tuvieron lugar durante estos días 1 y 2 de mayo en el barrio de Malasaña, y los he intentado seguir por todo tipo de medios de comunicación. No quiero entrar ahora a ponerme a defender ni a culpar nada, a analizar la situación como hacen los contertulios de turno en sus cafés de mañana (esos "todólogos", como hoy he escuchado a Javier Couso en una ponencia, porque saben de todo) y la plana política (siempre tan cercanos a la calle...).

Tan sólo quiero contar mi anécdota.

Desde que era pequeño, mi padre siempre me ha inculcado un carácter pacífico, pero fuerte ante las adversidades. Con esto también incluyo el hecho de que siempre me ha dejado claro que evite las peleas, los enfrentamientos, que nunca acabe con las manos lo que se puede arreglar hablando, etc. Pero no con ello me ha enseñado a poner la otra mejilla; siempre me ha enseñado que, cuando ya no hay más remedio y la pelea se tiene encima, hay que tener claro que hay que defenderse, y saber afrontar la situación para salir lo mejor parado posible. Por ello, hemos practicado muchas veces defensa personal juntos, pero siempre con el espíritu de canalizar la violencia que ejerzan sobre ti. Esto también viene dado por nuestra pasión por el judo, que tanto hemos practicado juntos a lo largo de los años, deporte con unos principios y filosofía de respeto hacia tu oponente importantísimos.

Claro está, que las "normas de las peleas" en la calle han cambiado: siempre hemos oído a nuestros padres hablar de que dos se pegaban de lo lindo, y luego se invitaban a unas cañas y todo perdonado, por ejemplo. Ahora nada es así, todo es buscar la superioridad numérica, la puñalada por la espalda, el golpe imprevisto, no respetar que el otro se encuentre indefenso en el suelo...sí, puede parecer extraño, pero quien no cumplía estas "normas" antes, era tachado de cobarde.

Aquí es donde quiero llegar. Mi padre siempre me decía que nunca golpease a alguien que he derribado o se encuentra en el suelo, porque eso era de cobardes y rastreros, que no saben enfrentarse cara a cara y que aprovechan la desventaja del otro para seguir propinando más golpes al mismo.
El otro día , viendo las imágenes de los hechos acaecidos en la madrugada del 1 de mayo, vi una y otra vez imágenes de ya no sólo uno, sino varios policías pateando y golpeando con las porras la cabeza, las costillas, la espalda y las piernas de algún pobre desdichado que tuvo la mala suerte de caer al suelo o que fue derribado por ellos, y que se encontraba totalmente indefenso y tan sólo podía intentar tapar los resquicios de sus zonas vitales sin saber de donde le llovían los golpes. Puedo decir que tampoco me pareció algo inaudito y nuevo, porque lo hemos visto no pocas veces todos aquellos que hayamos seguido imágenes de manifestaciones, desalojos, y otros actos que han terminado en una carga policial, y que no nos hayamos ceñido a las versiones oficiales ni a sólo ver las imágenes de los telediarios de rigor.

En fin, que se me vinieron a la cabeza aquellos consejos que mi padre me daba desde pequeño sobre cómo no debía de actuar ante una situación violenta, para no ser un "sucio contrincante", y he sacado al conclusión de que aquel macarra de barrio que se aprovechaba del más débil, aquel cobarde, aquel rastrero, ahora le han dado una placa y una porra, y encima cobra dinero por hacer todo aquello que mi padre me dijo que no hiciese nunca.

Enhorabuena, muchacho de la porra, has llegado a algo en la vida, debes sentirte orgulloso. Seguro que llegas de las manifestaciones contra la LOU, contra la ocupación de Irak, por una vivienda digna, o simplemente de barrer las calles de"maleantes", al calor de vuestro hogar, y en la cama cuentas orgulloso a tu mujer o novia tus heroicas batallas acabando con el mal a golpe de porrazo, "repartiendo democracia", y viendo realizado tu sueño de autoridad, o luego comentando en el bar con tus amigotes cómo esos "guarros" han sangrado con tus caricias.

Lo siento mucho, hombretón, pero mi padre me lo dejó bien claro: "quien golpea a alguien que está en el suelo, es un cobarde". Sí, papa, sí. Y además vigila la conducta correcta de la sociedad. Papa, ¿y si cae al suelo quien espera que yo caiga para patearme...hago lo que él me haría?. Esta sería mi pregunta unos 7/8 años atrás...Supongo que mi padre me respondería que no tengo que caer en su juego sucio, y ser respetuoso con quien ha caído ya.